lunes, 30 de agosto de 2010

Introduction.

Abrió los ojos y vio sus estrellas fluorescentes en el techo. Le encantaban las estrellas, y lo que más le gustaba era subir al tejado y observar el cielo nocturno. Pensar que una inmensa oscuridad llamada Universo se cernía sobre ella la emocionaba, incluso a veces soñaba con atravesarlo, poder ver de cerca las estrellas y atrapar una para verla las noches de nubes en su habitación. “Para ya, estás desvariando –se dijo Lucy-, como casi siempre –añadió”. A Lucy siempre le había gustado soñar, volar con su imaginación, pero llegaba un punto en el que tenía que frenar, plegar las alas y tocar tierra firme.
Como cada mañana, se dirigió a la ventana y la abrió. Una suave brisa acarició sus cabellos, y después de coger una buena bocanada de aire se sintió algo más despejada. Cogió la bata y bajó rápida pero sigilosamente las escaleras. Llegó al rellano que daba a su jardín interior y sin más demora abrió la puerta. Miró a los dos lados, por si acaso, y salió pisando con sus descalzos pies la hierba. Sentía el rocío matutino, y la energía de la naturaleza subiendo por sus piernas. Se respiraba vida allí.
-¿Ya estás de nuevo descalza? –Preguntó sin viveza su madre-. Vas a coger una neumonía.
Se lo decía cada mañana, pero con una media sonrisa en la cara, y el gesto pesaroso de su madre la hizo caer de golpe en la realidad. Su abuela por parte de padre había muerto. Se sentía avergonzadamente feliz por este hecho, significaba que volverían a Inglaterra. Quería a su abuela, y estaba triste, pero estaba harta de California. Nunca pensó que fuese a decir eso, pues cuando llegó hace cinco años para acompañar a la madre de su padre, estaba sorprendida por el sol, viciada con él, era como un gato buscando el más mínimo rayo de luz; pero no tardó demasiado en echar de menos la eterna capota de su país.
Con tristeza y culpabilidad entró en la casa y fue a la cocina donde ya estaban reunidos todos. ¿Había tardado tanto? No sabía muy bien qué decirle a su padre, no quería mencionarle el tema de volver, no quería presionarle, y casi como si le hubiese leído el pensamiento dijo:
-Volvemos a Liverpool.
Reprimió toda su alegría, y no le costó, porque miró a su padre y vio que tenía los ojos hinchados. Lucas  Westfield siempre había aparentado fortaleza, pero ahora se derrumbaba y lo único que se le ocurrió a su hija fue ponerle una mano en el hombro. No aguantó más y empezó a llorar. Toda la familia acudió a consolarle.