sábado, 26 de febrero de 2011

Ellos 4 en su casa.

Obviamente, el encuentro del bar, no fue un tema que se limitara a la familia y amigas de Lucy, John, George y Ringo esperaban impacientes a la llegada de Paul para contarles lo ocurrido. Entonces, se abrió la puerta y apareció él.
- Hombre, pensé que no te dignarías a volver, jaja- Dijo Ringo mientras tocaba una improvisada batería con las manos en la mesa de madera.
- Estarás contento, ¿no? Te dije que me dejaras a esa chica, ¡que lo estaba intentando yo!
- Eso es verdad Paul, te aprovechas de tu facilidad al hablar con las mujeres.
- Mira John, mientras tú la "acariciabas" la espalda, yo la traté amablemente y la invité a una copa, así que, deja que ella elija. Y, George, cuando quieras te doy clases, ¿vale?
- Imbecil… - George, para lo tímido que era en público, con ellos tres se desenvolvía perfectamente.
- Pues que sepas, Paul, que el próximo asalto, me toca a mí… Ya veremos a quien elige.
- Más quisieras.                                              
Y así empezó una improvisada guerra de almohadas. Eran chicos normales, se levantaban las chicas entre ellos, bromeaban, se peleaban, hablaban con sinceridad… Sólo faltaba que Lucy se diese cuenta de ello.



En casa.

Me fui a mi casa y al llegar, mis temores más ocultos me asaltaron. Toda mi familia sentada en el comedor esperándome para acribillarme a preguntas. Yo, haciéndome la tonta, les dije con todo el entusiasmo del mundo:
- ¡Tenemos otra actuación! - Y Mike, levantándose de la mesa muy serio me cogió del hombro y me sentó junto a ellos.
- Ya lo sabemos Lucy, Ashley y Katrina vinieron a decírnoslo. Y, ¡también nos dijeron que te fuiste por ahí con Paul McCartney!- Intervino mi madre.
- Bueno, ¿qué te parecen ahora los Beatles?
- Unos idiotas, como antes Mike.
- Pero, si pensaras que son unos idiotas, no hubieras accedido a irte al bar con uno de ellos.
- Que conste que no me hace ninguna gracia que salgas con chicos.
- Papá, tengo 18 años y dentro de nada cumplo los 19. ¿Me vas a vigilar hasta los 40?
- Sí si es necesario.
- Por favor, déjalo ya. Cuéntanos, qué tal fue todo con… ¿Paul?- Mi madre parecía más interesada que yo.
- Todo bien. Y ahora, sólo me apetece meterme en la cama y dormir. Así que, hasta.. mañana.- Tosí
- Hija, que te pasa, ¿estás resfriada?
- No, no lo sé.
- Uy, eso suena a tos tabaquera- Bromeó Mike, pero no era una broma. Me puse rojísima y me fui despacio a mi cuarto. Sé que tengo 18 y puedo hacer lo que quiera, fumar, no fumar, emborracharme… Pero nunca es cómodo que tus padres se enteren.
Me metí en la cama y se me aparecieron dos imágenes en mi mente. La primera, Paul encendiéndome el cigarro, y la segunda, John con cara de cabreo. Ja… no os imagináis el gusto que me provocó la segunda.
- Mierda- Exclamé. Me acababa de dar cuenta. Nunca debí de haber dicho que sí a aquel chico… ahora mis amigas me acribillarían a preguntas. Mañana iba a ser un largo día.


Nueva oportunidad.

(Primer capítulo de Elena Hei Lei)

A la mañana siguiente, como si me hubiera leído el pensamiento, me llamó Ashley.
-Lu, estoy… estamos muy avergonzadas por lo que hicimos.
-¿En serio? No sé a qué demonios te refieres, ¿a dejarme tirada en un escenario, o a salir corriendo detrás de cuatro escarabajos estúpidos?
-Lucy, ya te he dicho que lo siento y…
-¿… o quizás te refieras a que habéis arruinado posiblemente la única oportunidad de mi vida para cumplir mis sueños?
-¡Joder, Lucy! Déjame hablar, Katrina y yo hemos hablado en el despacho con Jim y nos ha concertado una cita después de comer.
-Está bien. Te pasaré a buscar.
- Un “gracias” estaría bien.
- No sé por qué.- Y la colgué. Ese orgullo mío me había hecho pasar muy malos ratos, pero en este momento me sentía genial. Ahora sólo me apetecía llegar a ese despacho, y que se arreglaran las cosas. Incluso me apetecía ver a aquella barbie cutre que se hacía llamar “secretaria”.
Pasé por la puerta de Ashley con las ideas muy claras. Si no bajaba en tres minutos, me iría sin ellas. Pero no fue así, fue pasar yo por la puerta, y aparecieron como dos asaltantes de caminos Katrina y Ashley. Fui muy callada hacia la agencia pensando en lo que íbamos a decir y en que tenía que estar tranquila. Llegamos. Pero cómo diantres voy a estar tranquila si siempre que vamos aparecen los “4 fantásticos”
-¡Dios!- Fue lo único que se me ocurrió exclamar. Y como si de una costumbre se tratara, Ash y Katrina salieron voladas a su encuentro.
- Buenas
Al principio me pregunté: ¿Quién es? Pero luego caí, ¿quién iba a ser más que él? John.
- No estés tan seguro.
- Yo no he dicho nada nena.
-Primero, no soy tu “nena”. Segundo déjame vivir en paz. Joder, Ashley, Katrina, ¡tenemos prisa!
Vinieron ellas dos, seguidas de los otros tres Beatles, lo cual no me hizo mucha gracia. De repente, note una mano en mi hombro, sabía (o más bien creía que era Ashley). Lo creí hasta que la mano bajó por la espalda y  me temí lo peor. Entonces,antes de que ocurriera nada, me giré y le pegué un guantazo al chico que tenía detrás.
-¡AH! ¡Qué he hecho? ¿Por qué demonios me pegas?- Dijo Ringo, mientras John se partía de risa a su lado.
- ¡Dios! Lo siento (no lo dije demasiado convencida) ¿Cómo no ibas a ser tú? Pues que sepas que si nunca tuve interés en ti, ahora menos.
Lo que me faltaba, ponerme nerviosa. No podía permitírmelo, tenía que estar fresca y tranquila para hablar con Jim. Pero me temblaba todo el cuerpo, desde el último pelo de mi cabeza hasta los pies. Corrí hacia el baño, y Ashley y Katrina me siguieron, lo cual me extrañó bastante. Me habían escogido a mí antes que a los Beatles. Era todo un logro personal.
Me encerré en el baño con ellas dos. Me lavé la cara y mirándome en el espejo recitaba para mis adentros discursos de auto-convicción.
- Estarás contenta, ¿no? ¡John Lennon casi te toca el culo! – Dijo Katrina, y no me sorprendió. Sabía que tarde o temprano iba a mantener esa conversación.
- No. No estoy contenta. Me dan ganas de …desinfectarme el pantalón.
-Eso demuestra que es un chico normal…
-Eso demuestra que da asco.
-No es para tanto, Lu…
-Cállate Ashley. Ahora lo primordial, es hablar con Jim, sobre el suceso de anoche…
-Está bien, pero no menciones tu odio hacia ellos. Creo que a Jim le gustan, y si dices que fue por su culpa, igual no nos escucha.- Dijo Ashley, no me lo esperé, ella siempre había estado tan llena de personalidad, y ahora…
- Pues espero que no le importe que tenga una opinión distinta a la del resto de chicas de la tierra.- Y sin más dilación, salí derecha hacia el despacho.
Lo que no sabía, es que, detrás de la puerta de aquella reunión, aquellos cuatro chicos estaban hablando de mí, y ellos lo que no sabían que les oía mientras lo hacían.
- Te has pasado tío- Dijo George riéndose.
- Si te estás partiendo, tío, no eres serio.
- Pues yo sí estoy serio, John, y, ¿puedes decirme en qué estabas pensando?- Decía Paul con una seriedad y un respeto hacia mí que me daba un poco de miedo.
- No pensaba tocarle nada, era una broma, para que se le bajen los humos.
-Pues, tío, no parece que le haya hecho mucha gracia.- Ringo, el más mayor junto a John, igual de serio como lo parecía siempre representaba la autoridad que John no sabía (O igual sí sabía y no quería representarlo)
- ¿Creéis que se ha cabreado de verdad?
- No, apenas. Me ha cruzado la cara pero creo que en realidad te quiere. No sabes la fuerza que tiene.
-¡Dios santo!- Pensé- Estoy más pendiente de ellos que de Jim… Vuelve Lucy, vuelve.
- Bueno, Lucy, entonces, ¿volvéis? Sé lo molestos que pueden llegar a ser estos chicos, pero ya verás, os acabarán dejando en paz.
- Por mí que no lo hagan jaja- Dijo Ashley con la cara de embobada que se le queda siempre al hablar de los melenudos.
- Pues, ¿Trato hecho?
- Claro que sí, señor Autom. Fue salir de la habitación y olvidarme de todo lo ocurrido anoche. Abracé a Ashley y a Katrina y empezamos a gritar como locas. John se unió al abrazo, haciendo el tonto como siempre.
Me disponía a salir cuando noté que alguien me cogía del brazo. Supuse que eran Ashley o Katrina, y otra vez me equivoqué, pero esta vez fue bastante más agradable que la anterior.




Decepción.

De camino a casa, pensé en un millón de discursos ofensivos (con plena consciencia de que jamás los diría) que soltarle a esas dos que se hacían llamar amigas, bueno, Katrina ni eso, y es por esa razón por la cual estoy más enfadada con Ashley; se suponía que éramos amigas, inseparables, siempre procurando lo mejor para la otra, y siempre, lloviese, tronase o hubiese un ciclón arrasador, juntas hasta el final. Aquello había cambiado.
Las lágrimas no dejaban de empañarme la visión, y para colmo, llovía. Con todo lo que había llorado, ya debía parecer un mapache. Me miré en el espejo del retrovisor: el rimel estaba totalmente corrido formando surcos desde mis lacrimales hasta la barbilla. Me los limpié con unas toallitas húmedas, al llegar a casa ya me quitaría el resto.
Vi que el semáforo se ponía verde, mejor dicho, intuí que se ponía verde, y aceleré. La lluvia era como una cortina espesa, parecía que el tiempo iba con mi estado de ánimo. Semáforo en ámbar, aceleré para no tener que parar, seguí así unos tres semáforos, y de repente entre la cortina de agua, pude divisar unas figuras, frené en secó y saltó el airbag. Lo aparté lo más rápido posible.
-¿Qué te pasa? –Dijo una voz desde la calle- ¿es que estás loco o qué? –esa voz…- Estaba en ámb…
Me miró, mis ojos debían desprender un odio infinito, porque se calló y lo único que hizo fue mirar.
Apreté el embrague haciendo el típico ruido de las películas, ese “brun brun”. En cuanto terminaron de cruzar a toda prisa, salí corriendo de allí. A parte de fastidiar mi concierto, tenían que hacer que me saltasen los airbags… vale, de acuerdo, puede que la culpa fuese mía, pero el hecho de que sean los Beatles no les da más derecho. Ese John me ponía realmente nerviosa, pero podía estar tranquilo, porque desde que McCartney me gritó en el cruce, mi odio estaba bastante repartido.
Por fin llegué a casa, entre sollozos y ramalazos de ira que me hacían creer que era bipolar. Max abrió la puerta.
-¿Qué te pasa? –dijo con su dulce voz de niño.
-Nada –respondí mientras me secaba las lágrimas-. ¿Y mamá?
-En el salón leyendo un libro.
Fui directa al salón; la iluminación era una lámpara de mesa que estaba detrás de mi madre. Estaba sentada con un libro entre las manos.
Me miró.
-¿Qué te pasa pequeña?
Sin mediar palabra, dejé mi guitarra y me tumbé en el regazo de mi madre, que dejó su libro sobre la mesa.
-Cuéntame –dijo mientras me acariciaba la cabeza-. ¿Tan mal os ha salido?
Le conté todo lo ocurrido, y con sus superpoderes de madre, consiguió consolarme, y además, recordarme que jamás debía abandonar mis sueños.
Ya tenía tarea para el día siguiente: ir donde Jim y contarle lo ocurrido.


Primera aparición.

Los días se hacían larguísimos. Me había dado tiempo ha estudiar 200 conjuntos diferentes, 30 repertorios distintos y 60 saludos y despedidas variadas.
En fin, mi obsesión es que todo fuese absolutamente perfecto, por supuesto que también quería disfrutar en el escenario, pero ya habría tiempo de eso cuando tuviese mi disco y no me estuviese jugando mi primera oportunidad a una sola carta. Ya sé, estaréis pensando que soy muy egoísta, “mi” disco, “mi” oportunidad… Se supone que somos un grupo, pero la única que realmente está en él por la música, soy yo. Para ellas es un hobbie y una ocasión para intentar ligar con los Beatles…
En fin, prefería no pensar en ello. Los cuatro días de espera los pasé (a parte de decidiendo qué me iba a poner) ensayando, yo sola casi siempre, y el jueves con las chicas. Confiaba que hubiesen practicado en su casa tanto como yo. En el ensayo del jueves tocamos un par de veces las canciones y nos fuimos cada una a su casa. Tampoco era cuestión de machacarnos hasta las tantas y estar al día siguiente con ojeras hasta la barbilla.
Me costó mucho dormir, y la mañana se me hizo eterna, pero después de la comida, sentía que se escapaban las horas como un jabón mojado en la ducha: rapidísimo. Se hicieron las siete y media ya estaba todo listo: pelo, revuelto y roquero, con mucha laca; maquillaje, labios rojos y lápiz de ojos negro (sin abusar); ropa, camiseta blanca ceñida, chaleco de cuero negro con tachuelas en las solapas y pantalones vaqueros negros pegados, como calzado unas cómodas y bonitas Convers bajas negras, algo desgastadas.
Ya estaba todo listo, así que bajé mi guitarra a la camioneta, que era de Mike y mía (regalo a prueba de abolladuras), y me dirigí hacia casa de Ashley y después a la de Katrina, a la que ayudamos a subir su batería al gran maletero descubierto de atrás. Menos mal que solo éramos tres, porque si hubiese una más, tendría que ir corriendo, o en patinete detrás del coche.
El viaje fue corto. Bajamos las cosas y nos dirigimos a las bambalinas del escenario, donde nos dijo el dueño, Pete. Podía oír como se iba llenando aquello; se escuchaban tacones repiqueteando en el suelo, copas chocando y mil voces entrelazándose en el aire como una extraña melodía. Sentía esa cosa extraña en la tripa cuando se tienen nervios, y a medida que pasaban los minutos se hacía más grande, acumulándose en mi garganta y ahogándome. Realmente agobiante, pero jamás demostraría nervios ni debilidad, cuestión de orgullo, asqueroso, extraño, sí, pero era mi orgullo. Tenía por costumbre nunca exponer mis debilidades, si no conocen tus debilidades no se aprovecharán de ellas, pero esta vez no era por eso, sabía que no podrían aprovecharse de ello, era para no ponerlas más nerviosas a ellas, ahora necesitaban a alguien con la cabeza medianamente fría, o que aparentase tenerla fría, así que me mantuve.
De repente escuché tres golpes sordos y un pitido que se fue atenuando.
-¿Hola? –era el presentador, un chico joven, de pelo castaño claro-. ¿Estamos preparados para recibir a nuestro grupo de la noche?
Se escuchó un sí que me animó bastante.
-Pues –prosiguió-, demos la bienvenida a las Blackbirds.
Los aplausos y los silbidos precedieron a nuestra entrada al escenario.
-¡Buenas noches! –Grité animada y con un subidón de adrenalina- ¿Preparados para escuchar y bailar rock toda la noche? O mejor dicho, ¿Preparados para escuchar y bailar rock hasta que el dueño nos deje?
Un ensordecedor sí, y los primeros acordes de nuestra canción más roquera sonaron. Mucha gente bailaba animadamente, otros escuchaban llevando el ritmo con palmas, pitos y taconazos.
Les estábamos gustando.
Cuando acabamos aplaudieron todos y se escucharon gritos de “bravo y “otra, otra”. Me sentía como flotando en un globo aerostático, subiendo muy alto en el cielo, con la sensación de ser invencible. Aquellos aplausos eran mi droga, y yo quería más. Íbamos a empezar con la siguiente canción, cuando me percaté del gran revuelo que había, y entonces lo escuché, fue todo muy rápido: chillidos ensordecedores, aullidos de alegría y cuatro chicos vestidos de negro corriendo hacia la salida. No era casi consciente de lo que ocurría, mientras me quedaba mirando como una imbécil, mi globo, aquel en el que me había sentido tan bien, se estaba estrellando a una velocidad pasmosa.  Ahí estaba yo, con mi guitarra, un micrófono delante y la boca medio abierta, mirando la puerta como si se me hubiese perdido algo allí. Lo habían hecho otra vez, me habían dejado sin palabras y con unas ganas terribles de patear a todo el mundo. En el local solo quedaban alrededor de 10 chicos (no partidarios de perseguir a los Beatles), el dueño, una cucaracha patas arriba (estoy segura de que si pudiese caminar también iría detrás de los Beatles) y yo.
Salté del escenario con rabia, con la guitarra a la espalda. Ni mis amigas se habían quedado, prueba de que a ellas les importaba tanto la música como a mí los resultados de la bolsa de Nueva York, es decir, absolutamente nada. Cogí la funda de mi guitarra y miré con malicia la batería, la guitarra eléctrica y sus bafles; que se las apañasen para llegar solas hasta sus casas, al fin y al cabo era justo, ellas me dejaban sola en el escenario, yo las dejaba solas con sus bártulos.
Metí la llave de contacto y antes de arrancar, me sequé una lágrima que resbalaba por mi mejilla.