sábado, 11 de septiembre de 2010

Primer paso.

Por supuesto que quería grabar un disco y por supuesto que haría lo que fuera por ello, pero los Beatles me sentaban como una patada en el estómago (en especial John) y, en fin, lo de ser educada y decir gracias no me nacía. Los minutos se alargaban como el chicle de la secretaria mientras mis amigas les decían lo guapos que eran, lo bien que tocaban y un millón de cosas más. Fue entonces cuando Ashley dijo una cosa que me confirmó mis sospechas: nuestra antigua “interconexión cerebral” que nos había convertido en las mejores amigas, porque en cada momento sabíamos lo que la otra pensaba, se había perdido, en algún momento se rompió, y yo estaba segura de que no se volvería a arreglar.
-Vamos –dijo con una sonrisa idiota en la cara-, acércate que no te van a morder.
Mientras yo luchaba por calmarme, Ashley les decía lo extremadamente vergonzosa que era. Demasiado. No aguantaba más. Me di la vuelta y seguí el cartel hacia el despacho de Jim al tiempo que pensaba en 300 maneras diferentes de descuartizar a los Beatles y a su incondicional séquito de adolescentes enfervorecidas.
-Hey, nena, espera. ¿Hemos hecho algo que te moleste? –era John (cómo no). Había algo en su tono de voz que hacía que me entrasen ganas de patearle su ególatra y carísimo culo, lo preguntaba como si supiese algo que yo no sabía.
-Sí –me di la vuelta-, nacer.
-Entiendo –dijo con suficiencia-, te va eso de hacerte la estrecha ¿No?
-Oye, ¿tanto te cuesta entender que exista una chica con cerebro que no vaya besando por donde pasas?
-Pensé –dijo con carita de cachorrillo degollado, pero quedaban restos de su egolatría, solo era una máscara, una maldita y burlona máscara-, pensé que igual querrías un autógrafo, nena –enfatizó sus últimas palabras.
¿Se acordaría de mí? Imposible, tenía pensamientos mucho más importantes en su cabeza, como a cuantas chicas podría volver locas a la vez, o si llevaba bien peinado el flequillo, pero el como lo había dicho, el como había levantado una ceja… Me hacía dudar. Seguí, deseando volverme sorda hasta llegar al despacho, para así no poder responder a más tonterías ni provocaciones.
Fui contando baldosas para distraerme, y por fin llegué. Llame un par de veces a la puerta, me dieron permiso y pasé.
-Buenos días –dije cerrando la puerta tras de mí, o casi, porque una bota negra interrumpió mi acción.
-¿Sabes? –Preguntó John con retintín- Te dejabas a medio grupo atrás.
-En realidad ellas me han abandonado por un par de colgados –repuse con seguridad.
Esbozó una media sonrisa y juro que en aquel momento me entraron unas ganas terribles de borrársela cruzándole la cara de lado a lado.
Me di la vuelta y seguí como si nada, aunque por se acaso me metí las manos en los bolsillos. No queríamos que llamasen otra vez a los guardias ¿No?
Saqué la tarjeta que nos dio el dueño.
-El dueño de The Cavern, nos dijo que viniésemos aquí –dije enseñado la tarjeta.
-El dueño os escuchó alguna canción ¿No? –Asentí- Perfecto, quiero que me hagáis una prueba, haber si sois tan buenas como cree Pete –supuse que Pete era el nombre del dueño.
-¿Cuándo? –pregunté.
-Pues ahora mismo, ya que habéis revolucionado todo el edificio, e interrumpido una grabación. Es lo menos que podéis hacer, y más vale que sea buena, no me gusta desperdiciar mi tiempo.
Miré hacía abajo; unas escaleras en el lado izquierdo bajaban hacia un pequeño estudio, donde había una batería, un bajo, una guitarra eléctrica, unos micrófonos y… El resto de los Beatles. Crucé una mirada con Mccartney, el bajista del grupo, y sí, esta vez estoy segura de que me miraba a mí. Tenía la boca ligeramente abierta, como si estuviese asombrado. Cuando se dio cuenta de que realmente parecía idiota, la cerró y siguió conversando con George Harrison, que aferraba a su guitarra como si fuese un bebé.
-Esto… -dije un poco atontada, aún sumergida en mis pensamientos-, es que no hemos traído nuestros instrumentos, pensamos que la audición sería otro día…
-Da igual, qué tocáis –se preguntó más para sí que para nosotras. Nos miró las manos-… guitarra, guitarra eléctrica y batería. Pues perfecto, que os lo presten los chicos, si no les importa, claro –era una pregunta, pero su mirada decía claramente, que aunque le importase le daría igual.
Bajamos al estudio, rezando para que un día las que grabasen allí fuésemos nosotras.
-¿Quién es la batería? –Preguntó Ringo. Parecía más majo que el resto, o al menos con los humos un poco más bajos.
-Yo –dijo Katrina saltando como una niña. Cogió las baquetas y las sobó con las manos, como si lo que estuviese tocando fuese una reliquia.
George Harrison parecía un poco reticente a dejar su amada guitarra a otra persona, pero como no tenía otra elección, se la tendió a Ashley mientras le decía que la tratase con cuidado y ella asentía. Puso la misma cara de alucine que Katrina.
-Entonces, tu debes ser la primera guitarra –dijo tendiendo John su guitarra hacia mí. La cogí casi con asco, y temiendo que se me pegase su imbecilidad, pero él lo interpretó mal-, tranquila, no pasa nada si se rompe, es solo la de practicar.
No respondí, estaba muy cansada, y no encontraba nada lo suficientemente bueno en mi cerebro para tirárselo a la cara, así que les dije a las chicas el tema que íbamos a interpretar. Le di la vuelta, ya que era zurda. Las cuerdas estaban al revés, lo cual complicaba las cosas, pero como ya había tocado así antes, practiqué un poco para entrar en calor y me dispuse a tocar.
Me costó atraer la atención de Ashley y Katrina, ya que estaba puesta en otras cosas. Una vez conseguí que me escuchasen, empezamos. Era una de nuestras mejores baladas rocambolescas. Como siempre, cada vez que cogía una guitarra y tocaba, sentía esa especie de corriente eléctrica, que me hacía creer invencible. La canción se me hizo muy corta, solté los últimos cuatro acordes y suspiré. Esperaba que al tal Jim le sonase tan bien como me había sonado a mí.
-Bueno –dijo por un micrófono desde la cabina de arriba-, está claro que os lo tomáis en serio, y habéis sonado realmente bien. ¿La canción es vuestra?
De repente me di cuenta de que estaba reteniendo el aire. Mientras luchaba por recordar como se hacía aquello de respirar, Ashley respondió que sí.
-Y, ¿la habéis compuesto entre todas?
-No –dije con el corazón desbocado-, la he compuesto yo.
-Sí –añadió Ashley-. Ella compone todas las canciones, aunque luego le ayudemos con los arreglillos.
Me sentí realmente abrumada, pero era la verdad.
-Tienes futuro en esto –dijo mirándome-. Os voy a dar una oportunidad. Actuaréis en The Cavern el viernes que viene. Si lo hacéis bien, actuaréis otra noche; si veo que atraéis público, igual podréis grabar vuestro propio disco.
Propio disco… Nuestro propio disco… La cabeza me daba vueltas. Me aguanté como pude las ganas de gritar y saltar. Casi le tiré la guitarra a John y les dije a las chicas que fueran rápidas. Subí las escaleras con dificultad, ya que me temblaban las piernas.
-Gracias, muchas gracias por darnos una oportunidad –dije con la voz bailándome.
-No me des las gracias, haber qué tal lo hacéis. Recuerda, solo hay disco si hay gente, si no, no. Ellos son los más estrictos. 
Mi sonrisa era cegadora, y aunque llevaba todo el rato sin sonreír, no pudo evitar esbozar un atisbo de sonrisa.
-Muchas gracias –dije antes e salir.
Fui yo sola, ya que las otras dos estaban con los Beatles. Me faltó poco para ir por el pasillo a lo Heidi, incluso para cantar a lo Heidi.
Solo por incordiar y ver la reacción de la secretaria le dije:
-Hasta el viernes –mientras, me ponía unas gafas las cuales yo llamaba gafas de diva en potencia, ya que eran las que llevaban las famosas, esas que son gigantes y te hacen parecer un moscardón.


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