viernes, 9 de septiembre de 2011

Viernes por la mañana.

Después de una de las semanas más moviditas de mi vida (hasta entonces), soportando a las petardas de mis compañeras preguntándome de lo que hablé con él, de lo raro que se puso John y todo eso, llegó el viernes. Gran día. Nuestra segunda y definitiva actuación.
Al igual que la anterior vez, ensayé todos los días, me probé mil y un modelitos… Pero esta vez había otro dato que me preocupaba acerca de la actuación. Los Beatles. ¿Volverían a aparecer? ¿Se limitarían a estar presentes? Entonces ocurrió algo que me dejó a cuadros por completo. Al guardar la cazadora que llevaba el día de la reunión, se cayó una tarjeta del bolsillo. Supuse (erróneamente, como siempre) que sería la tarjeta de visita de Jim Autom y la volví a meter en el bolsillo. Pero cuando me acerqué a mi mesa, pude ver la tarjeta pegada en mi corcho. Lo cual quería decir, que lo que había encontrado en mi cazadora no era ésa, sino otra tarjeta. Fui lo más deprisa que pude hacia el armario y saque la tarjeta.
-¡Perfecto! ¡AH! -Era una tarjeta con un número de teléfono y más abajo ponía “Paul”. No penséis mal. El “¡perfecto!” que exclamé al principio no es porque sienta nada por él ni nada… Sino porque así podría llamarle para dejar claras unas cuantas cosas, como quién no iba a fastidiarme esta vez la actuación.
Le llame, pero comunicaba, y como no tenía ninguna gana de hablar con él o con alguno de sus tres acompañantes, le dejé un mensaje diciendo
- Hola… Paul. Soy Lucy, ¿te acuerdas? Bueno, nada, era para asegurarme de que hoy no os habíais propuesto arruinarme la vida apareciendo entre el público en The Cavern. Adios.
No había sido tan difícil, la verdad.



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